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Testimonios sobre 100 y AldabóEn esta sección hemos puesto un resumen de algunos testimonios que están publicados en Internet, de personas que han pasado por 100 y Aldabó y han contado sus vivencias en esta macabra prisión.
"Marcos Lázaro Torres León fue liberado el pasado tres de enero, luego de once días confinado en una de las celdas tapiadas del Departamento Técnico de Investigaciones (DTI), sito en las calles capitalinas 100 y Aldabó del municipio Boyeros, acusado de querer participar en la peregrinación religiosa que con motivo del día de la Navidad convocó la Iglesia Católica en esta capital. Nosotros, dijo Torres, vamos a continuar la lucha pacífica por la democracia en Cuba, que no piense el DSE que porque nos mete injustamente en las oscuras e insalubres celdas de 100 y Aldabó vamos a detenernos, que ni lo sueñen. Cuando se le preguntó cómo era por dentro el DTI de 100 y Aldabó, el coordinador del PD30N dijo: Es tenebroso, aquello no es un lugar para encerrar seres humanos y mucho menos por defender ideas sin cometer ningún acto de violencia. Incluso, para los criminales comunes considero que es una tortura confinarlos en aquel sitio. Porque aquellas celdas oscuras apenas tienen un respiradero de dos franjas de unos cinco centímetros por donde no penetra ningún aire y deja pasar casi ninguna claridad, un pasillo que uno tiene que caminar de lado, la letrina dentro de la celda, la luz eléctrica la ponen brevemente a la hora de comer, luego la oscuridad, pero en las noches la encienden hasta las diez. Torres prosigue denunciando: en aquellas celdas uno no puede ver bien a la persona que tiene a su lado, ni sabe que sucede afuera, ni que hora es, te desorientan totalmente. Es algo horroroso a lo que el DSE somete intencionalmente a personas decentes por el sólo hecho de no coincidir con las ideas y los métodos del Partido Comunista de Cuba, cuyo líder máximo es Fidel Castro. Quiero agregar (continúa Torres) que el mundo debe conocer que en ese tenebroso lugar, en el DTI de 100 y Aldabó, a pesar de todos los maltratos a que se someten a los resistentes cívicos cubanos, allí, en el corazón del terror, en la sede del atropello, los disidentes hacen oír sus voces dando vivas a los derechos humanos, a la democracia, a la libertad, y es frecuente oír el grito de "libertad para los presos políticos", y precisa: esos gritos son permanentes y frecuentemente también se suman las voces de los presos comunes cansados ya de tantos desmanes."
"Pronto hará un mes que el doctor Oscar Elías Biscet, de la Fundación Lawton de Derechos Humanos, se encuentra detenido. Tres días después de que Fidel Castro dijera públicamente que Biscet tenía problemas psiquiátricos, el promotor de la desobediencia civil pacífica fue conducido al Departamento Técnico de Investigaciones, en 100 y Aldabó, en el municipio Rancho Boyeros. Llama mucho la atención el que una persona, a quien el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros haya calificado de loca, sea encarcelada en 100 y Aldabó. Ese no es un lugar para dar atención especializada a alguien con "problemas psiquiátricos". Muy por el contrario, ése es un lugar en donde cualquiera corre el riesgo de desequilibrarse mentalmente. 100 y Aldabó tiene un aspecto agradable por fuera, pero adentro es horrible. En 1995 estuve allí durante 19 días. Las celdas son prácticamente tapiadas, sólo entra un poco de claridad y aire a través de tres ranuras de aproximadamente unos cinco centímetros de alto por 40 de largo que dan al exterior. Pero por ahí no se puede mirar, porque están construidas en forma de "V" invertida. Las camas son de hormigón, cuatro empotradas a las paredes. La "colchoneta" es de malangueta o quizás de guata, pero tan sucia y con tanta peste que es mejor no tener ninguna. Obtener una sábana es algo muy difícil. El agua para beber se coge, en los pocos momentos en que hay, del mismo lugar donde se hacen las necesidades fisiológicas. La comida es la cuota mínima para que no mueras de hambre, y siempre te la dan fría. Una vez a la semana te llevan a tomar el sol durante quince o veinte minutos en una especie de jaula de tigres: sólo una puerta en el techo, muy alto, atravesada por gruesas cabillas de acero. La visita de los familiares son diez minutos a la semana, y no pueden traerte ningún tipo de alimento. Los policías te roban todo lo que pueden. A mí me robaron un cepillo de dientes nuevo que me llevó mi familia entre las cosas de aseo personal. Los interrogatorios son a cualquier hora y en cualquier momento. Hay maltrato físico. Recuerdo a un señor en una celda vecina, que gritaba que estaba tuberculoso y que él no podía permanecer internado de esa forma porque le faltaba el aire. Los carceleros llegaron y se lo llevaron para una denominada celda de castigo. El infeliz iba por el pasillo dando todo tipo de gritos de dolor, y quejándose de los golpes que iban propinándole los policías. Luego supe que lo desnudaron y lo lanzaron a una celda donde no existe siquiera una cama empotrada en la pared. Allí la atención médica parece no existir. Estuve tres días solicitando ver a un médico. Nunca me llevaron a una consulta médica. Padecí allí, entre otras dolencias, de pulmonía y perdí más de once libras de peso corporal en unos días. Algunos reclusos se tragaban parte de la cuchara para que los llevaran a un hospital y ser intervenidos quirúrgicamente. Escuché más de un comentario de los carceleros sobre el particular. Por ese motivo, parece ser que ya las cucharas para la comida las tenían sin cabo. En 100 y Aldabó, según las leyes penales de Cuba, pueden mantenerte seis meses bajo investigación. En una de esas celdas alguien había escrito en el techo: "Dios mío, tú que todo lo puedes, sácame de aquí". A Oscar Elías Biscet quizás lo mantengan varios meses en las terribles condiciones de ese centro penitenciario. Esperamos que salga de ahí sin sus facultades mentales atrofiadas. Porque en 100 y Aldabó puede ocurrir cualquier cosa."
"Ese es un lugar de celdas tapiadas. En verano el calor ronda los 40 grados centígrados. Un día, en un calabozo cercano, un hombre comenzó a gritar que él no podía estar en esas condiciones de encierro porque era tuberculoso. Lo trasladaron para otra celda con iguales condiciones. Un rato después el infeliz comenzó a llorar y a pedir auxilio. A los pocos minutos llegaron dos policías y comenzaron a golpearlo. Y dijeron que lo iban a trasladar a una celda de castigo. Cuando fui sacado para un interrogatorio, casi al instante de los carceleros haber cumplido su tarea, vi a uno de ellos que le mostraba el puño derecho de donde salía un hilillo de sangre a su camarada, a la vez que le decía: "Parece que ese maricón me cortó con un diente". Me pareció increíble que en 100 y Aldabó pudiera haber otras celdas aún peores. Luego supe que en las llamadas "celdas de castigo" no existe ni siquiera la cama de hormigón, empotrada en la pared, que hay en los calabozos comunes. Además, a los castigados los lanzan ahí totalmente desnudos. Cuando salí de ese sitio, afectado de neumonía, estaba tan flaco que la enfermera de la policlínica me decía que no tenía idea de donde iba a ponerme las inyecciones de antibiótico que un médico de ese mismo lugar me había recetado."
"El tratamiento desde el primer momento de mi detención fue antihumano, hubo ensañamiento con mi persona. Después de encerrarme durante unos días en una celda tapiada, me trasladaron para un calabozo de castigo, donde me mantuvieron ininterrumpidamente esposado a la reja durante cuatro días. El suelo estaba inundado permanentemente, el nivel del agua me daba por debajo de las rodillas. Lo califico como un acto de tortura física contra mi persona. He oído decir que esos métodos no se usaban en Cuba desde el año 1990, pero en mi caso se utilizó ese método. También conocí que se le aplicó a otras personas, igualmente por razones políticas. El diez de diciembre, estando en la celda 240, en el segundo piso, por dar vivas a los derechos humanos y gritar: "¡libertad para Cuba!", fui sacado de la 240 y trasladado a lo que uno de los militares que me conducía llamó: "el cuarto frío". Allí, en un pequeño recinto, me quitaron la ropa y bajaron la temperatura del lugar. Permanecí dos días en el llamado cuarto frío. Me puse muy mal de salud. Al segundo día me sacaron y varios oficiales de la Seguridad del Estado me llevaron al hospital militar Carlos J. Finlay, donde estuve seis días. Estaba en huelga de hambre, me amarraron a la cama, me suministraron sueros y me alimentaron forzosamente por un levín (tubería de goma que se introduce por la nariz). Al hospital llegué inconsciente. Cuando volví en mí, empecé a gritar que me quitaran todo eso, entonces, aparecieron unos oficiales de la Seguridad del Estado y me dijeron que no, que ellos no iban a permitir que me pasara nada, que yo no podía morir, que ellos ordenaron que se mantuviera el tratamiento. Respecto a mi brazo izquierdo, es que permanecí mucho tiempo con las manos en alto, esposado. Tengo mucho dolor en el hombro y en la zona del pulmón izquierdo. Desde que me esposaron cuatro días a la reja comenzó este temblor. Yo pienso que es producto de la humedad y del agua que había en aquel calabozo, pero el problema se agravó luego que me encerraron en el cuarto frío."
"Cuando el detenido llega al centro del Ministerio del Interior, no importa que sea Villa Marista o 100 y Aldabó, los dos en Ciudad de La Habana, ya los interrogadores están al asecho. Por su parte, la víctima es introducida en la guarida de sus captores, esposada, custodiada y bien asegurada, para el manjar que de ella hará el oficial interrogador, porque no tendrá derecho a tener la asesoría de un abogado hasta que no se le haya terminado de realizar el expediente judicial con todas las acusaciones en su contra. El detenido (la presa) se enfrenta así a un conocedor de las leyes, los documentos jurídicos y demás regulaciones que apoyarán el proceso en su contra, sin que tenga a su favor la ayuda elemental y necesaria de un asesor. Durante el tiempo del interrogatorio (que pude ser de semanas, meses o incluso más de un año, como en el caso del Sr. Gross) el detenido es encerrado en unas celdas de no más de tres por tres metros, de color preferiblemente blanco para afectar su visión, con la luz encendida día y noche, con horarios entre las comidas frías y mal confeccionadas tan irregulares que llega el momento en que no sabe si la cosa que está por comer es el desayuno, el almuerzo o la comida. De esta forma pierde el reloj biológico que todo ser humano posee. Cuando es llevado al cuarto de interrogatorios, de unos dos por dos metros, debe enfrentar temperaturas extremadamente frías. En este reducido espacio hay un aire acondicionado de una tonelada, por lo que se convierte en un congelador. Ahí puede permanecer horas enteras y si por casualidad expresa su deseo de que suban la temperatura, el interrogador le hace saber que los controles no están en la pequeña habitación, sino fuera, y que no es posible. Este interrogador sí está bien abrigado, pero el reo, por el contrario, está con una simple camisa de verano o una camiseta. De esta forma, a punto de congelarse, se desarrolla la interrogación. Cuando le conceden una visita semanal con sus familiares más cercanos lo debe hacer en presencia de un oficial, el cual no deja que se hable nada relacionado con el proceso que enfrentará; si lo hace, la visita puede ser suspendida inmediatamente, así que ni siquiera puede enviar recados con su familia al abogado para que vaya buscando las pruebas y testigos que lo puedan ayudar. Pero lo peor está por venir: durante su estancia en el centro de detención es sometido también a técnicas psicológicas encaminadas a destruirle su autoestima, su moral y sus principios, y le son suministrados medicamentos que apoyan estas técnicas. El general (esbirro mayor) Adalberto Rabeiro García es el jefe de la División de Investigaciones Criminales del Ministerio del Interior, este sujeto es el autor del empleo de todas las torturas y métodos que sufren los detenidos cubanos. El General Rabeiro es quien ordena, según el interés estatal sobre el reo, el empleo de técnicas como drogas y otras variantes desarrolladas por el Dr. Enrique Grenet, quien laboraba en el Instituto de Hipnosis de Cuba y el Hospital Psiquiátrico de La Habana y quien en ese lugar experimentó con los pacientes diferentes medicamentos para destruirlos psíquica y moralmente, y estos métodos son hoy empleados en los centros de detención que dirige. Yo sé bien de esto porque estuve detenido en 100 y Aldabó por más de dos meses y sufrí en carne propia lo que hoy aquí les relato."
"En horas del mediodía del sábado seis de noviembre, el ex-oficial del DSE, Jorge Marín Matos, fue detenido en la barriada de Alamar, Municipio Habana del Este, por oficiales de la policía política del gobierno de Raúl Castro y conducido hacia una casa operativa de la Seguridad del Estado, y posteriormente al centro de retención de la Dirección de Investigaciones Criminales y Operaciones (DICO), ubicado en 100 y Aldabó, Municipio Boyeros.
¨Lo sentimos, pero lamentablemente el señor Betancourt acaba de morir de un infarto.¨, fue la noticia que le dio el instructor penal Evert a la consternada familia del detenido, el pasado 31 de julio. Bajo sospecha de narcotráfico el Sr. Jorge Betancourt, de 52 años de edad, fue arrestado en su domicilio el día 20 del mes pasado y asegurado en el Centro Nacional del Departamento Técnico de Investigación (DTI), en 100 y Aldabó, Ciudad de la Habana, donde lo sometieron a reiterados interrogatorios. A la semana tuvo visita familiar de 10 minutos y, según cuenta su viuda, lo encontró demacrado, con notable pérdida de peso, muy nervioso y deprimido. Él les contó que no resistía las condiciones del encierro, que no comía por falta de apetito y que apenas podía dormir. Alarmados por el evidente deterioro de su salud y los antecedentes de cardiopatía isquémica e hipertensión arterial, los familiares de Betancourt pidieron a los oficiales que consideraran la posibilidad de cambiar la medida por arresto domiciliario y, de ese modo, facilitarle una atención médica adecuada aunque siguiera bajo proceso de investigación. La respuesta de los militares fue que tal solicitud no dependía de ellos, sino que esas decisiones solo competían a la fiscalía. También le aseguraron a la familia que no debían preocuparse, pues contaban con asistencia médica en el Centro. Según la versión de los oficiales, tres días más tarde Jorge Betancourt presentó intenso dolor precordial acompañado de adormecimiento del brazo izquierdo. Lo sacaron de la celda y llevaron caminando para el hospital Nacional, a unas 15 cuadras de distancia. Refirieron, además, que durante el trayecto conversó normalmente y hasta se rió de algunas bromas. Luego, en la mencionada institución de salud se agravó su cuadro y finalmente los médicos certificaron su muerte. Asumiendo por verdadera la historia contada por los oficiales respecto a las circunstancias en que murió el recluso, se plantean varias interrogantes: ¿por qué si tienen vehículos a su disposición en el D.T.I. sometieron al enfermo a una larga caminata hasta el hospital?, ¿no se comprende cómo una persona infartada se comporta normalmente e incluso se encuentra de buen ánimo para conversar y reírse de los chistes?, ¿cuál es la capacidad profesional de los médicos del Departamento que ante la sintomatología de la víctima ni siquiera sospecharon su condición de gravedad? A pesar de la férrea censura de la información en Cuba, durante los últimos meses se ha conocido de otros reos muertos bajo custodia del Gobierno. En todos los casos los familiares llevan a cuesta el dolor por la pérdida de sus seres queridos y el sufrimiento de que las autoridades del Gobierno, hasta ahora, no les brindan el beneficio de la justicia, ya que los militares con responsabilidad por las muertes de los reclusos no son juzgados y todos gozan de impunidad. Las evidencias expuestas indican que estamos en presencia de una política oficial establecida por las altas esferas del r égimen para conservar el poder a toda costa, sin escatimar en el empleo del terror. Situación contrapuesta a los reclamos de abrir una investigación acerca de las circunstancias en que murieron esos seres, sancionar con apego a las leyes a quienes sean hallados culpables y la adopción de medidas jurídicas y mecanismos para que en lo adelante no se repitan ese tipo de hechos criminales.
El viaje de visita a sus familiares del cubano Enrique Jorge Paneque Garrido se le transformó en una pesadilla al llevar pocos días de estancia en la Isla, luego de sufrir varios incidentes que lo condujeron a la cárcel. El cubano Enrique Jorge Paneque Garrido se encuentra confinado en condiciones deplorables, ni siquiera tiene garantizado atención médica para su padecimiento de Diabetes Mellitus y considera que el proceso penal que le siguen las autoridades cubanas no cumplen con las mínimas garantías jurídicas. Moraleja ¿Aprendera la leccion el joven Paneque?
No se puede bailar en casa del Trompo, ni se puede incurrir en acciones fraudulentas y mucho menos hacer "turismo" en Cuba.
Los cubanos estamos en la obligacion de A pesar que estoy en contra del envio de divisas a Cuba, es preferible enviar el total del dinero a la familia que vacilarlo en discotecas, restaurantes o cualquier centro nocturno. Enrique Jorge Paneque Garrido salió de la boca del lobo en el año 2003. Casos como estos, Juan Jose Alonso, ex-seminarista cubano, podria sentenciarlo con esta frase: "Me extraña que siendo araña, te caigas de la pared" No hay que ser detective para saber que a Paneque Garrido lo denunció alguno de los "amigos" que compartieron con el aquel lunes día 5.
Mi amigo Andy P. Villa, autor del libro: "Memorias de 100 y Aldabó", y manager de las páginas web: http://www.100yaldabo.com/ y http://www.criolloliberal.com/ me ha pedido que escriba mis experiencias, felizmente casi olvidadas sobre mi corta estancia de 21 días en "100 y Aldabó". Pienso que es una muy buena la idea. La comunidad de cubanos que ha pasado por lo que alguien llamó: "pequeña tiendecita de los tantos horrores del régimen cubano" no es corta ni perezosa y evidentemente rompe el hielo sobre las tantas historias que han sucedido en este centro de reducción psicológica y terror social. Por el bajo nivel cultural de los agentes de la policía, y su falta de profesionalidad, no es para menos recordar los tratos crueles y degradantes que no pocos hemos sufrido y sufren al paso por ella. Había abandonado la isla mi papá: Carlos B. García Ocampo en la llamada estampida que terminó transformando a la base Naval de Guantánamo en un gigantesco campo de tiendas de lona grises y refugiados. Huían por diferentes razones, incomprensibles hasta el momento para quienes ya despiertan del fenómeno mal llamado: "Revolución".
Yo vivía con mi padre, quien con un infarto coronario y todo, decidió creerse, ante las tantas presiones políticas vividas, un moderno Marco Polo, pues de abogado había bajado su estatus a campesino y CVP, es decir, a custodio de vigilancia y protección de un lugar cerca de casa. Yo había quedado solo en casa y tenia aproximadamente 22 años, joven, inexperto e inmaduro, inconexo de la descarnada realidad en que vivíamos, quedé sin ninguna guía inmediata. Había decidido que podía soñar con algo nuevo y útil, ante tanto sufrimiento y desconocimiento. Fue de esta forma que vendí todos mis cerdos y algunas viejas propiedades que alcanzaron para comprar un vehículo del año 1958, que resulto ser un viejo Renault amarillo. Este almendroncito (como los llamamos en Cuba) no tan nuevo, pero con un llamativo modelo, trajo a mi vida nuevas relaciones y contactos, unos buenos, otros mejores, algunos interesados sencillamente en divertirnos paseando los fines de semana, y unos terceros que estrictamente me alquilaban para trasladarse. Fue así que conocí a Iván, un muchacho buena onda y divertido, pero que al parecer estaba tomando más de lo permitido oficialmente en su centro laboral. Digo "oficialmente" porque todos saben que aquí se vive robando, en un país donde el salario oficial solamente alcanza para comer dietéticamente tres días, y sin tener una indigestión como contra o regalía. Esto ocurrió a finales de noviembre. Ya estaba al tanto (por unos buenos vecinos) de que la policía había estado merodeando y preguntando por mí en la zona. Eso me intrigaba enormemente, pero tenía la casa siempre limpia de cualquier ilegalidad, pues sabíamos todos, por experiencias ampliamente adquiridas, que hacernos un registro en casa era sencillamente como dar dos palmadas y matar a un mosquito. Algo así como una especie de papel firmado por alguien y punto, que nunca te conoció suficientemente, y punto. No pudimos evitar los registros infructuosos en que no hallaron nada, pero que intimidaron a todo el barrio. Habían sido ya dos, y en el último de ellos, la que era mi pareja valientemente no los dejo pasar hasta que yo llegué, alegándoles que la dirección de ella era de la Víbora y que sencillamente estaba de visita en casa. Yo nunca llegué a tiempo y ellos se marcharon dejando la orientación verbal de que me presentara a primera hora del otro día en la estación policial de Punta Brava. Ya me creía que era familia de Arsenio Lupin o Alcapone. Hacia frio, y un vecino (que posteriormente supe que era chivatón) a conveniencia propia me llevó hacia la antigua estación policial que se encontraba a un lado del puesto de bomberos. Allí no sabían nada del asunto o no me dijeron, y sencillamente me encerraron en una celda de dos por tres metros aproximadamente, desde donde vi por una rendija a alguien que se burlaba y yo conocía. Hasta que llegó un supuesto sargento instructor de nombre: Vladimir que, por cierto, creo que lo defenestraron, pues al poco tiempo lo vi vestido de trabajador de TRASVAL, una especie de corporación del MININT que se dedica a transportar dinero de las "Tiendas Recaudadoras de Divisas", como las llaman acá. Ya todo estaba planificado. Como a las cuatro horas me sacaron de la celda y me montaron en un Lada blanco con chapa del MININT, que me trasladó a toda velocidad desde Punta Brava hasta la prisión de "100 y Aldabó". Mis manos estaban esposadas a la espalda, incomodísimo.
El acostumbrado ritual de amedrentamiento y coacción comenzó a mucha velocidad y a muy corta edad, todo muy desagradable. Se me acusaba (solo lo pude saber después) de ser cómplice de un robo en una dependencia del MININT donde trabajaba Iván, que está ubicada cerca de casa y almacenaba productos para que trabajaran las presas de la Prisión de Mujeres Manto Negro. Después cambiaron su acusación por la de "receptador", pero yo no sabía nada y mucho menos me hacía falta, pues siempre me educaron en no robar, por cierto, como mandato de Dios. Me pasaron primeramente por unas oficinas de esa dependencia penitenciaria del MININT. Quedaban en la parte posterior del recinto, donde infiero que se discutió (en mi modesto entender) el procedimiento arbitrario y violatorio. Pero habían apostado por tratar de que yo mismo me ablandara y con el tiempo me culpara en los interrogatorios rígidos a los que no estaba acostumbrado. Recuerdo un enorme edificio de unas cuatro o cinco plantas. A su entrada había un cartel que nos obligaban a leer, eran las reglas penitenciarias de 100 y Aldabó, una enorme lista de carácter disciplinario, militar. Posteriormente me mandaron a quitar los cordones de los zapatos, el cinto y todas mis pertenencias. Asombrado, sin cinto y sin cordones, subimos como hasta el tercer piso. En el ala derecha había una puerta de hierro, tras ella aproximadamente cinco personas dentro, que serían a partir de ese momento mis compañeros de encierro.
Mi nombre había cambiado, ya en verdad no recuerdo si eran cuatro o cinco dígitos, lo cierto es que mi nombre dejó de ser Joisy García Martínez y pasó a convertirse en una numeración matemática que mis compañeros de infortunio constantemente me recordaban cuando gritaban el número, para ir a lo que ellos llamaban: proceso de instrucción o interrogatorio.
De Iván no había sabido nada desde hacía un buen tiempo. No tenían nada que me inculpara en complicidades, robos o ventas y en todos los interrogatorios, que gracias a Dios solo fueron siete días, trataban insatisfactoriamente de que me inculpara a mí mismo, sin nunca presentar pruebas o un careo como yo exigía, con Iván o con quien fuera.
Un rayado letrero en la celda, al parecer con cuchara, nos decía: "no cambies días por años, todos somos inocentes" y sobre esa máxima conversábamos de todo a diario, identificábamos (para pasar el tiempo) lugares célebres, históricos, etc., como si fuéramos un panel de "Escriba y Lea", un programa televisivo en Cuba. Por supuesto que no todos comprendían por su ignorancia y bajo nivel educativo, pero nos era útil y aprendíamos. Siempre que salía un compañero a ser interrogado, todos repetíamos: "recuerden que somos inocentes hasta que ellos nos demuestren lo contrario, no cambien días por años", y fue de esta manera que conocí de varios casos: un drogadicto, un merolico casi millonario que resultó ser amigo de un supuesto amigo de mi papá. Recuerdo a un muchacho que se endrogó y emborrachó y como consecuencias de la intoxicación, con la sevillana del barbero de su barrio, cortó a mas de 15 personas que pasaban por doquier, un totalmente loco, al cual le di mis zapatos para que pudiera irse para la prisión Combinado del Este, algo que en el argot penitenciario llamaban: "cordillera", pues decía estar mejor en la prisión que en 100 y Aldabó. También conocí a un supuesto narcotraficante habanero de mariguana, algo así como un verdadero delincuente. Mi primera visita fue a los siete días y solamente por diez minutos. El día anterior pasan los carceleros preguntando si te quieres afeitar, yo personalmente no quería trasmitir mal imagen a mi madre, por lo que acepté. Para mi desgracia y error, tan mal servicio y tortura. después de los constantes martirios psicológicos, fue la mejor tortura física que experimentaron conmigo, esposado y sin que nunca antes hubiera pasado la navaja por el afilador, mis lágrimas brotaban como de una cascada, expresión evidente del desprecio por el prójimo. Pero pensaba en dar la mejor impresión a mi madre, cosa que no sucedió más, pues determiné no afeitarme jamás en 100 y Aldabó con ese verdugo e hijo de su madre.
Al mediodía un huevo hervido, arroz, un caldo (que llamábamos sopa de caracol), chícharos o frijoles aguados. Y en la tarde lo mismo: arroz, sopa de caracol, chícharos y una masa de croquetas al horno que constituyó el plato fuerte en todo mi tiempo en prisión, es decir, la especialidad de la casa-prisión, que me produjo una gastritis crónica que me llevé y conservo todavía como recuerdo. Todas estas supuestas raciones estaban bien racionadas, por supuesto. El hotelito era todo lo contrario de lo que desearan sus "turistas", una evidente maquinaria socialista para acoquinar e intimidar. Puedo señalar que jamás vi un golpe o a un perro morder. Pero uno que entró guapo, en horario de la noche, le hicieron quitar toda la ropa, todos oímos el show y sentimos como tiraban un cubo de agua en la celda. Hacía bastante frio y en la mañana le preguntaron: ¿vas a seguir de indisciplinado?... y el valiente momentáneo contestó que no. Al parecer se le había pasado la guapería barata que le producía el alcohol. De esta forma transcurrieron mis 21 días de cautiverio en 100 y Aldabó. Todos mis familiares y vecinos lo sabían, nadie que sale de esas horribles experiencias las oculta, esta marca queda y duele para siempre. Al salir, un serio y enorme amigo que tengo, y que por cierto no veo desde hace tiempo, me invitó a una paladar. Almorzamos juntos, nunca se me olvidará aquella evitable odisea en un país sin un mínimo de exigencia poblacional al Estado de Derecho. sin explicaciones, disculpas y con las sencillas palabras: "ya te vamos a soltar", volví a ver el Sol. Al salir de la prisión, sin cargos y no habiendo denunciado nada ni a nadie, fui recibido en mi barrio como todo un ser que había pasado por la peor experiencia del momento. Recuerdo que un vecino me dijo: "ya te graduaste de hombre". Contrariamente a lo que ya habían dicho otros, la cárcel si no es política, es decir, por vergüenza, es para los comemierdas. Recientemente vi a Iván. Tiene una maravillosa familia con un hijo pequeño. Está de cuentapropista en un lugar no muy lejano de La Habana. Me invitó a almorzar y compartimos debajo de un aguacero terrible, rememoramos aquellos aciagos días de 100 y Aldabó. Charlamos de su antigua familia (esposa y suegra) que en esos difíciles momentos lo abandonó. Él cumplió un año preso en el Combinado del Este, por una extraña ley o procedimiento arbitrario que tildaron en llamar en esos momentos: "Por convicción", que no es más que tener evidencias no comprobadas de que usted cometió un delito o lo intentó. Al contarle que escribiría mis memorias sobre los hechos se asombró, pero él no quiere saber nada más de aquello, ni recordar aquella triste experiencia que nos tocó, para nuestra desgracia, mal vivir. Espero que este mal rato, y peor relato, motive a los que nos lean y hayan pasado por esta prisión castrista a narrar sus experiencias en el espacio de Andy: Así sentiré que ha valido la pena todo, absolutamente todo. La memoria histórica de tantos torturados bien vale le pena recordarlas.
"Sólo le puedo decir a Carromero que luche y tenga esperanza", dice Sebastián Martínez Ferraté y rememora su infierno en el centro de detenciones de 100 y Aldabó donde estuvo detenido en el verano del 2010. El periodista entrevistado en el programa Herrera en la Onda, de Antena 3, compartió la incertidumbre y el encierro que padece hoy Angel Carromero al recordar el largo proceso legal en Cuba (fue excarcelado en enero del 2012) donde se le acusó de corrupción de menores, proxenetismo, enriquecimiento ilícito y trata de personas. "Sé perfectamente lo que está pasando en esa celda de 3×2 (metros) en cada momento. En Cién y Aldabó, que los presos dicen que es Cien y se Acabó porque en cuanto entras ahí lo pierdes todo, la luz es artificial y tienes cuatro literas con lo cual te queda la solución de quedarte sentado o quedarte tumbado en tu cama. Me pongo en su situación y sé lo que está pasando y lo que está haciendo, es lo que yo sufrí día a día, minuto a minuto. No se ve la luz y se comparte celda con otras tres personas, no se puede estar de pie y donde cada tres días los dejan salir por 15 minutos a una terracita de 5 × 3 metros donde hay dos bancos de piedra con una red de hierro en el techo para que nadie pueda salir por ahí." Tanto Carromero como Martínez Ferraté han sufrido los rigores del verano cubano en una celda hacinada. "Estuve a 40 grados de temperatura y cuando te sacan para interrogarte ya te meten en otra sala donde la temperatura es bajo cero, porque está completamente helado. Es uno de los trucos que usan para fastidiarte psicológicamente" Martínez Ferraté fue detenido en el aeropuerto de La Habana en julio de 2010, al concluir un viaje de negocios a la isla como director gerente de la empresa turística mallorquina Marina Hotels, y estaba relacionada con un reportaje que grabó sobre la prostitución infantil en Cuba. En entrevistas anteriores ha denunciado que su proceso judicial no tuvo una instrucción correcta: "No tenía ni pies ni cabeza, a medida que pasaba el tiempo se iban inventando cosas". En principio solicitaron para él una condena de 15 años, que posteriormente la Fiscalía rebajó a 10 "porque vieron que no había por dónde agarrarlo" y finalmente fue condenado a siete por un delito del que no se le había acusado en un principio.
En "100 y Aldabó" las celdas (denominadas en el argot "tapiadas"), de apenas un metro de ancho por dos de profundidad, están diseñadas sin ninguna salida de luz para que el prisionero no distinga el día de la noche. Cada cinco minutos el carcelero abre la mirilla de la celda para impedir que el preso descanse y provocarle tortura psicológica. Los interrogatorios que llevan a cabo los inspectores de la Seguridad del Estado se producen a cualquier hora del día, en dependencias especiales iluminadas con luz artificial. El instructor suele comenzar siempre con un tono amable: "Sabes que por el delito que has cometido te corresponden tantos años, y tienes mujer e hijos". Su objetivo es terminar arrancando una confesión de actividades contra el Gobierno, que están castigadas en el código penal con sanciones mayores. La intención del interrogatorio es terminar rompiendo la voluntad del interrogado y conseguir su compromiso de colaboración completa.La retención de Ángel Carromero y el montaje del vídeo autoacusador mostrado a la Prensa internacional, después de varios días de "apagón informativo", trae recuerdos de muchos casos similires, en la larga tradición de la dictadura. El más sonado se produjo en 1989. Fue el "caso Ochoa". Cuatro altos cargos de la Policía y del Ejército confesaron públicamente su implicación en el tráfico de drogas. Días después de la autoinculpación fueron fusilados. La sospecha de que Fidel Castro debía conocer algo se disipó con el tiempo. La técnica de la confesión grabada es un tic estalinista que el régimen cubano guarda con nostalgia. Otra práctica habitual es "el desprecio hacia los familiares". En el caso Carromero a la familia de la víctima más conocida: Oswaldo Payá se le niega una y otra vez la posibilidad de hablar con los dos testigos principales, el español Carromero y el sueco Modig. El objetivo de esta táctica de la policía cubana es ejercer más presión psicológica sobre el detenido y evitar que entre éste y los familiares pueda circular información.Los abusos se producen también en el procedimiento judicial, por la falta de garantías jurídicas en un país sin separación de poderes. La lectura de cargos se produce sin asistencia de abogado. Este puede actuar en la defensa del acusado durante el juicio, pero la ley estipula que el letrado debe ser de nacionalidad cubana.
El procedimiento que usan las autoridades allí, para obtener información, es la de mantener al detenido por un tiempo indeterminado en condiciones inestables, en las que se incluyen torturas físicas y psicológicas, como la de mantenerte en celdas tapiadas de 3 x 2 metros a más de 38 grados de calor, y luego llevarte a cualquier hora a cuartos para interrogatorios, climatizados a temperaturas muy bajas, con la intención de que declares lo que sabes.
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