Memorias de 100 y Aldabo  
 
  Memorias de 100 y Aldabo

La Seguridad del Estado (G2)

Villa Marista G2

Lista de artículos en esta página:

1. Paramilitares. Autor: Yoani Sánches.
2. G-2marginales.com. Autor: Ángel Santiesteban-Prats.
3. Como sobrevivir en Villa Marista. Autor: Adolfo Rivero Caro.
4. Amargos recuerdos de la Habana. Autor: Tristán Rodríguez Loredo.
5. Más de medio siglo de guerra secreta. Autor: Julio César Álvarez.
6. El MININT construye un modelo más barato de seguroso. Autor: Luis Felipe Rojas.
7. Día y noche en un calabozo cubano (Resumen). Autor: Ángel Santiesteban-Prats.


1. Paramilitares.
Autor: Yoani Sánchez.

Yoani Sánchez

Rechinan los neumáticos; las puertas del auto se abren bruscamente y salen tres hombres que parecen producidos por el mismo molde: fuertes, pelados a lo militar y con móviles en el lateral del cinto. No hay escapatoria posible. Ningún vecino va a socorrerte, los curiosos se alejarán asustados y los posibles testigos no querrán después hablar.

Te meten a la fuerza en un auto sin enseñarte un acta de detención, ni siquiera un carnet de pertenencia a algún cuerpo policial. La matrícula es privada para no dejar rastro institucional. Los golpes tampoco van acompañados de un cuño, de una firma, de unas siglas siquiera. Acabas de caer en manos de los "paramilitares" cubanos, esos policías políticos que nunca llevan uniforme y tienen la potestad de saltarse todas las leyes, de encerrarte sin que medie un delito y de llevarte a "pasear" mientras te gritan sus amenazas y te hunden la rodilla en el abdomen.

Cada vez son más frecuentes los métodos camorristas entre las filas de la Seguridad del Estado. Su impunidad molesta incluso a los policías regulares, que ven como esos sujetos con seudónimo les llenan los calabozos de detenidos no inscritos en el libro de incidencias de la estación.

La práctica de faenar al margen de la ley se ha vuelto ya rutina entre los inquietos muchachos de la Sección 21, quienes se sienten miembros de un cuerpo de elegidos que puede impedirle a cualquiera llegar a un lugar o recluirle forzosamente dentro de su propia casa. Están entrenados para no escuchar, así que no vale la pena llenarles los oídos de frases al estilo de "Yo soy un ciudadano y tengo derechos", "Quiero ver a un abogado.", "¿De cuál delito se me acusa?". Para ellos, sus víctimas no son individuos protegidos por una legalidad, sino meros "gusanos", simples "sabandijas". a los que un déspota como Gaddafi llamó en su momento "ratas".

Y ahí estás tú, dentro de aquel auto que es un agujero negro tragándose la Constitución que debería salvarte, rodeado por el fornido brazo de alguien que se hace llamar el agente Camilo o el teniente Moisés. Por el momento, sólo van a asustarte, pero en un futuro (cuando te atrevas a más) se sentirán tentados a arrancarte alguna uña, meterte la cabeza en un cubo de agua, juguetear con la corriente y tus testículos. Porque cuando un gobierno crea estructuras que no rinden cuentas a ninguna justicia, entonces no hay amparo posible para quienes se le oponen.

Estos paramilitares de hoy podrían ser los matones del mañana. A estas fuerzas de élite, que se proyectan como defensores de un sistema agonizante, quizás no les tiemble la mano para asesinar. Ya han probado el vértigo de frenar en seco en una avenida y meterte a la fuerza en un auto. Lo próximo que quieren ver correr es tu sangre.

http://www.desdecuba.com/generaciony/?p=5519

 

2. G-2marginales.com.
Autor: Ángel Santiesteban-Prats.

Ángel Santiesteban-Prats

En la peregrinación a la Virgen de la Caridad del Cobre, el ocho de septiembre, un grupo de marginales eran comandados por la Seguridad Cubana para agredir a los opositores al régimen. Tengo que confesar que no pude ocultar mi sorpresa al ver a esos delincuentes, cual mercenarios, responder a las órdenes de los militares.

En aquel grupo de pueblo divisé a las Damas de Blanco con sus gladiolos en las manos, señoras con su vestimenta blanca, marchando en silencio. Me acerqué solidario y emocionado buscando, sin dejar de reconocer que era un disparate o inocencia de mi parte, protegerlas de alguna manera si estaba a mi alcance.

Un opositor sacó su teléfono celular e intentó tirar algunas fotos y uno de los delincuentes, que antes lo hacía por oficio y ahora de matón con licencia de la Seguridad del Estado (G-2), intentó robárselo con violencia. Durante unos segundos de forcejeo la masa compacta se convirtió en estampida. Los periodistas internacionales intentaron captar las imágenes y los tránsfugas, ahora de oficialistas, pusieron sus manos delante de los lentes para evitarlo. Con rapidez dos facinerosos tomaron por el cuello a otro opositor y lo halaron hacia una dulcería de la calle Galeano, en su interior habían otros hombres esperando y allí lo golpearon hasta dejarlo inconsciente.

Entonces las supuestas Damas de Blanco que iban a mi lado comenzaron a gritar: "Viva Fidel, viva Raúl", "viva la Revolución". Me sorprendí tanto de aquella farsa que huí espantado de la claque oficialista. Me acerqué al joven disidente al que intentaron quitarle el celular y me contó los detalles.

Sentí tanta ira que saqué mi celular para captar los rostros de aquellos que hacían el operativo y, un día, cuando llegue la libertad, al menos recordarle lo injusto y abusadores que fueron. Para mi sorpresa, no supe en qué momento me tenían rodeado. Eran diez fornidos malandrines que hacían un círculo a mi alrededor. No podía acercármeles, ni ellos a mí. Con el celular los filmé, sobre todo al jefe del operativo (tenía una cadena de oro en el cuello), que al ver mi intención, giró el rostro para evitar ser captado por la cámara. Hubo dos cosas que despertaron mi curiosidad, y así lo muestran las imágenes: entre los bellacos había un solo blanco y todos tenían el aspecto de baja catadura moral, poca educación y aires de presidio.

Aquella peregrinación se me convertía en un viaje al absurdo, a la total desfachatez. En todo momento me hacía dos preguntas: ¿Cómo es posible que un estado recurra a tales maniobras para continuar en el poder?, y la segunda: ¿Cómo es posible que alguien pueda defender un sistema que comete estos atropellos y abusos?

El lunes 26 de diciembre, en la iglesia de Las Mercedes hicieron otro operativo, pero menos oculto. Agentes de la motorizada impidieron el acceso de autos por los perímetros cercanos a la iglesia. Un cordón de truhanes, vestidos de civil y con el mismo aspecto de marginales, parapetados en las esquinas, impidieron la llegada de los opositores, a los cuales se les incautaba el carné de identidad y eran montados en autos marca Lada con chapa amarilla, para evitar que los asociaran al Gobierno, y eran llevados a los cuarteles de interrogatorios.

A la misma hora se les impedía a varias damas de blanco salir de sus casas. En las puertas de sus hogares, dos hombres con aspecto impresentable, cada vez que ellas intentaban salir les advertían que por su bien desistieran del paseo porque la pasarían muy mal si lo hacían. En la acera del frente, varias jovencitas, con la peor facha y gesticulando en demostración chusma, le decían a los dos delincuentes: "Déjenlas salir que le vamos a ir pa' arriba y vamos a despingarlas aquí mismo pa' que vean que no les va a quedar más ganas de hacerse las contrarrevolucionarias".

A pesar de todo, la reacción de los vecinos fue lo que más me llamó la atención. Miraban asombrados a dónde habían llegado los hermanos Castro para salvar su inútil sistema. Y, a pesar del miedo, se expresaban en contra del abuso sin bajar la voz y a expensas de que los apresaran.

Después vinieron otros delincuentes a sustituirlos. Yo los seguí para saber hacia dónde se dirigían. En el camino iban alardeando de las patadas y piñazos que les darían "a esas contrarrevolucionarias", si finalmente hubieran salido de sus casas.

Aquel grupo de indeseables fueron bajando por la calle Cuba hasta llegar al sector de la policía que está enla calle San Ignacio. Un camión de la policía los aguardaba para llevarlos de vuelta a sus albergues cuando terminara el operativo, también aguardaba un auto con chapa del MININT. Cuando pasé por la puerta del sector los vi adentro merendando, retomando fuerzas para volver a la represión.

Un amigo que vive por los contornos me dijo que la mayoría de los delincuentes que estaban en los operativos son sacados de la cárcel bajo palabra de que ayudarán a la Revolución. El chantaje clásico. La mayoría que escogen son negros porque los intimidan con que serán recriminados por otro sistema que sustituya el actual, y a la vez son los que menos familiares tienen en Miami que puedan criticarlos y persuadirlos de hacer semejante acción.

Pero es más simple y directo que eso: en caso de no cumplir con lo pactado y acatar las órdenes cuando les son dadas, los devuelven a las prisiones de donde fueron sacados a cumplir el resto de sus condenas y, con seguridad, les retiran las reducciones de sanción por buena conducta. Mi amigo me aseguró que ahora viene una nueva fuerza que forma parte de los 2,900 excarcelados que Raúl Castro anunció en su último discurso.

Entonces no pude evitar sentir lástima por esos seres cautivos en el tiempo y esclavos de un destino impuesto que también, como los opositores, se debaten por buscar lo mejor para sí; solo que en el caso de los disidentes, a pesar de las golpizas y detenciones que reciben en carne propia, cuando piensan en sí mismos, sustituyen su cuerpo por la Isla de Cuba.

http://www.cubaencuentro.com/cuba/articulos/g-2marginales-com-272722

 

3. Como sobrevivir en Villa Marista.
Autor: Adolfo Rivero Caro.

Adolfo Rivero Caro

El colapso mundial del socialismo ha convertido al gobierno de Fidel Castro en un anacronismo histórico. El régimen aprisiona a nuestro pueblo, política y económicamente, como una vieja y raída camisa de fuerza.

Ante el inevitable crecimiento de la resistencia popular y la certidumbre de futuras olas represivas, parecería conveniente desmitificar un tanto ese centro operativo conocido por los disidentes cubanos como: "Villa Marista", "Villa" o simplemente "El Colegio". El régimen se mantiene por el terror. Lo que más hay que temer es al miedo mismo.

Villa Marista es parte del Departamento de Operaciones de la Dirección de Contrainteligencia del Ministerio del Interior. Fue creada en 1963 y es el equivalente cubano de la Lubianka de Moscú. Instructores de la KGB, veteranos estalinistas, trasmitieron a los cubanos su vasta experiencia represiva. Esos instructores vinieron a Cuba en la época de Khruschev y de Breznev, después del XX Congreso del PCUS, cuando los crímenes de Stalin habian sido denunciados por los mismos comunistas y las tenazas estaban guardadas en la gaveta.

La metodología represiva de la KGB tenia puesto el énfasis en la tortura psicológica, no la física, se trataba de destrozar el espíritu, no el cuerpo. Por otra parte, las torturas contra los revolucionarios durante la dictadura de Batista habian provocado una profunda repugnancia en nuestro pueblo y no hubiera sido fácil recurrir sistemáticamente a los mismos métodos. De aquí que en Villa Marista la tortura física no haya sido un procedimiento habitual.

En Villa Marista, el objetivo fundamental de la Seguridad es conseguir la rendición moral del detenido, derrotarlo moralmente. No se pretende convencerlo ideológicamente, el objetivo es más modesto. Se trata de convencerlo de la omnipotencia del aparato represivo y de que los detenidos están absolutamente inermes. Si lo consigue, éste termina arrepentido de haber emprendido una lucha obviamente imposible y resentido contra quienes lo instigaron a la misma. Resentimiento que, a su vez, puede conducir a la delación de otros opositores. No solo eso. Convencido del poderío abrumador del aparato represivo, eventualmente el opositor, moralmente derrotado, llega a la conclusión de que la Seguridad es inclusive generosa al no aplastarlo como a un insecto. Como anticipara Orwell en "1984", el supremo triunfo de la Seguridad es cuando el disidente termina amándola.

Villa Marista G2

Sin embargo, las apariencias engañan. Villa es mucho menos poderosa de lo que quiere aparentar y sus opositores están mucho menos desvalidos de lo que parecen. En primer lugar, la Revolución Cubana se encuentra en una crisis terminal e irreversible. El colapso de la URSS y del campo socialista ha significado el fracaso del modelo político, económico, social e ideológico escogido por Fidel Castro. Su consiguiente perdida de autoridad moral es irreparable. Castro y su sistema represivo representan el pasado, y su desaparición, más tarde o más temprano, es inevitable.

Por otra parte, la disidencia cubana es una de las más tenaces y valientes del mundo. El gobierno no solo ha sido incapaz de aniquilarla, sino que se ha multiplicado y extendido a todo lo largo y ancho del país. El movimiento de derechos humanos, surgido como una reacción de autodefensa popular, ha puesto a Fidel Castro en el banquillo de los acusados y, aunque sin proponérselo directamente, ha mermado sustancialmente su poder. Los disidentes cubanos no son vistos como un grupúsculo insignificante, sino como un interlocutor esencial a la hora de discutir la problemática cubana. Cada vez es más claro para todo el mundo que la oposición representa el futuro.

La experiencia de Villa. La detención.

Aunque la Seguridad del Estado no esté sometida al imperio de la ley, siempre trata de guardar ciertos formalismos legales para protegerse contra críticas internacionales que puedan afectar el prestigio, y por tanto, la autoridad del gobierno revolucionario. Eso es algo que ningún opositor debe olvidar nunca: todas las fechorías y arbitrariedades de la Seguridad deben ser recordadas, anotadas y difundidas. Los disidentes no sólo son víctimas, sino también testigos y notarios.

Salvo pocas excepciones, el método de detención de la Seguridad consiste en asaltar las casas entre las dos y las cuatro de la mañana. Aprovechar cuando el objetivo y su familia son mas vulnerables a un ataque. En general, se procede al registro de la casa en presencia de un representante de los CDR que, supuestamente, da testimonio de que los agentes no han sustraído nada que no sea pertinente al caso. (Los robos, por supuesto, son frecuentes). Luego, el detenido es llevado a un auto y conducido a toda velocidad hacia Villa Marista.

En Villa el tratamiento no es uniforme, sino individual y diferenciado. En general, el detenido es fotografiado, pesado, medido y se le toman las huellas digitales. Cada vez que ingrese le harán lo mismo. Pero uno puede permanecer detenido en una habitación relativamente confortable, esto depende fundamentalmente del rango que el detenido haya tenido dentro del régimen. Esas "consideraciones" tienen el objetivo de transmitir un mensaje silencioso: todavía es considerado básicamente como uno de los suyos. Se ha descarriado, pero no se olvida lo mucho que los une todavía. (El general Ochoa ni siquiera estuvo nunca en Villa.)

Es bueno recordar que ningún "tronado" ha recuperado nunca el favor oficial. Lo mejor para un "tronado" es tomar consciencia de que ha sido colocado en la oposición, y actuar en consecuencia. Hacerse ilusiones en este sentido lo debilita como opositor, sin mejorar su posición ante el gobierno. Es difícil concebir peor situación política que la de ser despreciado, tanto por el gobierno como por la oposición.

Más tarde o más temprano, el detenido pierde su ropa habitual y tiene que vestir un uniforme amarillo, generalmente mayor de su talla, para que se sienta incomodo y ridículo. Es el momento de ser trasladado a una celda corriente, momento en que también pierde su nombre. En lo adelante será llamado por un número. El uniforme y el numero pretenden humillarlo, despersonalizarlo y hacerlo tomar consciencia de su absoluta impotencia.

El hospedaje

La celda habitual en Villa mide tres por dos metros. Ciertamente no es aconsejable para los que padezcan de claustrofobia. Las literas son planchas de hierro o madera encadenadas a la pared. Hay una o dos literas en cada pared. Las celdas tienen una especie de persianas de concreto que no permiten ver hacia afuera, aunque dejan entrar el aire y alguna claridad. Es posible darse cuenta del amanecer y del crepúsculo.

La letrina es un simple agujero en el piso. Un pequeño chorro de agua cae sobre el hueco. Generalmente, los detenidos toman el agua de beber de ese chorro. Un pedazo de tubo que sobresale de la pared, sobre la letrina, sirve de ducha. A los detenidos no se les permite afeitarse, ni peinarse, ni cortarse las uñas. Las horas del baño están reguladas, aunque esa regulación, como otras, son casi imposibles de imponer en la práctica.

Sobre la puerta de hierro hay un bombillo perpetuamente encendido, cubierto por una malla metálica. Pero, con un poco de práctica, gracias a los cambios de luz y los sonidos de la calle, es posible calcular la hora del día con relativa facilidad. La puerta tiene una ventanilla que los guardias pueden abrir para vigilar (siempre preocupados por los suicidios) y transmitir órdenes.

Para llamar al guardia (al que hay que tratar de "combatiente"), el detenido tiene que golpear la puerta de hierro. En general, la puerta solo se abre para el desayuno (6:30 AM), el almuerzo (11:00 AM) y la comida (4:00 PM). Los mismos guardias le darán el cepillo de dientes cuando pasan a recoger las bandejas vacías. También hay que abrir la celda para una limpieza semanal. Un guardia le da a los detenidos una frazada para limpiar el piso y un jarro con creolina para echar en la letrina.

Dado lo escaso de la ventilación, las celdas son extremadamente calurosas en verano. Por física elemental, cuando hay calor asfixiante el lugar más fresco no es la litera superior, sino el suelo. Algunas celdas tienen un fuerte aire acondicionado con el objetivo de torturar a los detenidos. Son las llamadas celdas "frías".

Con un poco de práctica, también es relativamente fácil localizar donde están los guardias. A ellos, por su parte, les resulta muy difícil ubicar exactamente de que celda ha salido algún grito. Esto permite comunicarse y averiguar, por ejemplo, si hay algún amigo detenido en el mismo piso. Por otra parte, como las ventanas dan al exterior, no es difícil hablar con algún detenido del piso de arriba o de abajo. Este, a su vez, puede gritar preguntando por cualquier preso. El resultado es la posibilidad de una sorprendente comunicación entre los distintos pisos en una prisión de máximo aislamiento. Villa es demasiado grande como para que pueda haber vigilancia sobre cada celda.

Los interrogatorios

Lo habitual es que los detenidos lleguen a Villa y tengan que esperar varios días antes de ser llamados para su primer interrogatorio. Esa tensión ha bastado para quebrar psicológicamente a más de un detenido impreparado. Tampoco es extraño que en ese primer interrogatorio, ansiosamente esperado, el oficial se limite a pedirle al detenido su nombre y otros datos generales. El objetivo siempre es el mismo: convencerlo de su insignificancia (¡ni siquiera saben su nombre!) y dejar que el aislamiento lo deteriore psicológicamente.

Es común que los interrogatorios se hagan de madrugada. El objetivo es el mismo de la hora de la detención: aprovechar el ritmo biológico para sorprender al objetivo "con la guardia baja", cuando está psicológicamente menos preparado y es más vulnerable.

Para el interrogatorio, un guardia abre la ventanilla, llama por el número e inmediatamente comienza a abrir la puerta. El detenido sale de la celda y se tiene que poner de frente a la pared, hasta que el guardia cierre nuevamente. Allí podrá ver una cajuela donde se guardan su cepillo de dientes y algunas medicinas que pueda estar tomando. Luego el guardia le ordena que camine en cierta dirección, mientras marcha detrás chiflando para advertir a cualquier otro guardia que pudiera venir en sentido contrario con otro detenido. En caso de ir a cruzarse, le gritan que se detenga y se quede mirando a la pared. Se trata de que nadie pueda ver a los demás detenidos ni comunicarse con ellos.

Las oficinas de los interrogadores están ubicadas a lo largo de los pasillos de cierta área, y son más bien pequeñas. El guardia manda a detener al detenido, siempre de frente a la pared, junto a la puerta, y le grita al oficial interrogador: "¡Permiso para presentar al detenido!". Cuando el oficial asiente, el guardia se hace a un lado y le hace un gesto al detenido para que entre en la oficina. El interrogador, que está sentado detrás de una mesa, le invita a sentarse, y el interrogatorio comienza.

Se supone que el detenido esté sentado en posición de firme. Si se inclina, recuesta, cruza las piernas o hace cualquier otro gesto, le llamarán secamente la atención. Si el detenido es fumador, probablemente le ofrezcan cigarros. A los oficiales les gustan los fumadores, porque eso les da un pequeño poder suplementario sobre ellos. En general, hablan poco, prefieren que sea el detenido el que lleve el peso de la conversación.

Los detenidos nunca deben perder de vista que ahora se encuentran en un universo particular que se rige por sus propias leyes. Los usos y costumbres de la vida normal han perdido su validez. Carece de sentido, por ejemplo, que un detenido trate de convencer de su inocencia a un oficial interrogador. Eso es olvidar que los éxitos profesionales de ese oficial son directamente proporcionales a la cantidad y gravedad de los "delitos" que logre descubrir.

Para la Seguridad, todo el mundo es culpable, y no poder demostrar satisfactoriamente esa culpabilidad no es más que un fracaso profesional. Al olvidarlo y tratar de convencer de algo a un oficial, el detenido sólo consigue transmitir una información que inevitablemente va a ser usada en su contra. Por consiguiente, es aconsejable limitar al mínimo lo que se intercambia con los oficiales.

El interrogador siempre trata de dar la impresión de que lo sabe todo y de que el único objetivo del interrogatorio es darle la oportunidad al detenido de manifestar su arrepentimiento "por su propio bien". Si hay varias personas en un caso, se le dice al detenido que los demás han confesado y, para corroborar esa impresión, se utilizan los retazos de información que se van obteniendo de los demás.

La realidad es que es en los mismos interrogatorios donde los oficiales obtienen la mayor parte de su información. En este sentido, a veces, se alternan interrogadores "amistosos" y "hostiles" para suscitar un deseo de ayudar al oficial "amistoso" dándole información. El detenido siempre debe recordar que no está solo y que tiene amigos que están luchando por él. Pero ninguno de ellos trabaja en Villa.

La Seguridad no vacila en recordarle a los detenidos sus anteriores vínculos con el régimen, el romanticismo de su juventud, la nostalgia de lo que pudo haber sido y no fue. Pero el único objetivo es que abandone la lucha y se rinda para aplastarlo más fácilmente. Frecuentemente, se trata de endilgarle a los opositores la confesión de algún delito común, al que los mismos interrogadores suelen restarle importancia. Pero los detenidos deben recordar que una confesión de ese tipo puede representar años de cárcel. Hay que evitar caer en esa trampa. La estancia en Villa puede ser muy difícil, pero no es sensato cambiar días por años.

Las amenazas de los interrogadores no deben ser tomadas a la ligera, pero tampoco exageradas. Havel y Walesa también fueron amenazados cuando estuvieron presos, pero llegaron a la presidencia de la República Checa y de Polonia respectivamente. Y, sin embargo, el último ministro del Interior de la Unión Soviética, Boris Pugo, terminó suicidándose mientras que otro ministro del Interior, éste cubano, el general José Abrantes, "murió" en la cárcel.

Las visitas

Los detenidos tienen una visita de cinco minutos a la semana en presencia de un oficial. Antes de la visita son llevados a una barbería donde son afeitados por un silencioso barbero. Allí también reciben un pequeño espejo manual para que puedan peinarse. El objetivo, por supuesto, es que tengan el aspecto más normal posible ante sus familiares, para tranquilizar a éstos y desmovilizarlos psicológicamente.

El salón de visitas esta alfombrado y tiene aire acondicionado. A los familiares les resulta difícil comprender que una simple puerta separa la normalidad del infierno. Los intercambios están limitados a asuntos familiares pero, con un mínimo de habilidad, no es difícil transmitir información importante, sobre todo si previamente se han acordado ciertas claves. Los familiares también pueden aprovechar para llevar tijeritas que le permitan a los detenidos cortarse las uñas.

La solidaridad familiar es muy importante. Lo que más hace sufrir a los detenidos no es tanto su propia suerte como la forma en que ésta se refleja sobre sus seres queridos. La Seguridad lo sabe y no tienen escrúpulos en presionar a los familiares para que, a su vez, estos lo presionen para "colaborar" con las autoridades. Mientras más firmes y combativos sean los miembros de su núcleo familiar, más ayuda moral le darán al detenido. Esta es, sin duda, la prueba suprema del amor.

En realidad, la única medida disciplinaria posible para un detenido en Villa Marista es la suspensión de la visita. Pero, cuando esto suceda, los familiares deben luchar por todos los medios para que éstas se restablezcan a la mayor brevedad posible. Un detenido sin visitas debe ser considerado automáticamente como un desaparecido y esto requiere una inmediata denuncia ante la opinión pública internacional.

Es importante recordar que la Seguridad quiere la rendición moral de los opositores y que se le deje manipular todas las situaciones a su antojo, porque aspira al máximo de represión con el mínimo de costo político. Los opositores, a su vez, no pueden evitar la represión, pero sí pueden hacerla lo más políticamente costosa posible. Es su única arma en esa lucha desigual, renunciar a ella es fortalecer al mismo enemigo que está empeñado en destruirlos.

Conclusiones

Todo opositor al régimen tiene que prepararse psicológicamente para Villa. En lo fundamental, esto significa prepararse para un confinamiento solitario indefinido. Una vez en Villa, es recomendable hacer mucho ejercicio físico (caminar haciendo ochos, para no marearse), garantizar el máximo de orden e higiene en la celda, y dividir el día para todas las actividades intelectuales posibles como, por ejemplo, ejercicios de memoria, meditación, y oración para los creyentes.

Frente a un individuo amante de la soledad y del silencio, Villa sería prácticamente impotente. Por otra parte, en Villa nadie esta abandonado. La solidaridad con los detenidos en Villa y con los demás presos es la principal tarea de los activistas en el exterior.

Hay que hacerle pagar el mayor precio político posible al régimen por sus violaciones de los derechos humanos. En ultima instancia, los que están realmente aislados son los carceleros. El futuro pertenece por entero a la democracia.

http://cubanitoweb.wordpress.com/2010/06/02/como-sobrevivir-en-villa-marista/

 

4. Amargos recuerdos de la Habana.
Autor: Tristán Rodríguez Loredo.

Tristán Rodríguez Loredo

Empiezo por el final. Llegamos con Marcela, mi esposa, al aeropuerto José Martí en un viejo taxi, remedo de la era pre-revolución. Sistema económico, pero sobre todo mucho más amigable, que permite internarse en las penurias y amabilidades de la gente de a pie. Artesanos-mecánicos-negociantes, los taxistas "particulares" de Cuba saben lo que es ganarse el peso (pero convertible) día a día. Cada cual viene con su historia a cuestas: hijos esparcidos, emigraciones esperadas, artimañas para vencer la burocracia que planifica mal y ejecuta peor. Pero que siempre deja huecos por donde unos hacen pingües negocios y los más realistas "resuelven" su situación personal.

Luego del check-in de rigor pagamos los 25 pesos cubanos convertibles (CUC) como tasa de embarque cada uno y tuvimos que esperar a que las casetas de migraciones estuvieran habilitadas. Algo pasaba: un cambio de turno o algo así que retrasaba todo. Con mi mujer estábamos primeros en la final, así que cuando nos acercamos, cada uno a un puesto, nos sucedió lo mismo: nos hicieron retroceder y esperar a que llamaran a un policía. Algo raro vi en la pantalla de la pc de la agente de migraciones: una banda roja con un R2 o algo así bien visible. Nos dejaron pasar, colocar el equipaje de mano en el escáner para recogerlo luego. En esto estábamos cuando se nos acercó casi amablemente un hombre de mediana edad y risa forzada para decirnos que debíamos acompañarlo para una revisión adicional, quedándose con nuestros pasaportes. Nada especial, ¿al azar nos habían escogido? La mentira duró poco, lo suficiente para dejar a mi mujer esperando en un hall e invitarme a pasar a un despacho con un oficial del ejército (verde oliva con la sola inscripción de Ministerio del Interior) que ni bien me senté, agarró unos papeles y empezó a leerme quién era yo, cuándo había llegado a la isla y hasta con quién me había visto.

"Nosotros tenemos todo registrado acá sobre ésta y sobre la otra visita que hizo en julio del año pasado", reveló. Ese funcionario y otro más jugaban al policía bueno y al malo. A lo largo de la hora larga de conversación, mis preferencias oscilaron entre la rigidez mental del uniformado "malo" a la falsa candidez del teóricamente "bueno", el que facilitaba las cosas para que me pudiera ir rápido.

Eso implicaba ya el reconocimiento por mi parte de que todo esto era un mensaje para los disidentes políticos que yo había visitado. En sus esquemas fui entendiendo que no era concebible que alguien pudiese entrar en su país, visitar lugares, pasear, caminar, hablar con quien le pareciera interesante o simplemente con quien se cruzara azarosamente en su camino. No era concebible que alguien quisiera solamente enriquecer su percepción sobre la Cuba profunda. Sobre la bonhomía de su pueblo y sobre la heroica actitud de personas que con fortaleza, perseverancia y un admirable pacifismo aún creen en un cambio positivo para su país. Más allá o más acá de las contingencias que la biología le vaya imponiendo al círculo gobernante.

También les comenté a mis inquisidores que había oído por primera vez sobre Cuba de boca de dos amigos, Roberto y Rafael Guevara (hoy médico y economista cubanos), sobrinos del Che e hijos de un gran amigo de mi padre. Corría 1967 y en boca de esos dos chicos, su tío era un héroe de historieta que combatía a diestra y siniestra con enemigos salidos de todas partes. Creo que mezclaban las andanzas en la Sierra Maestra de Ernesto con los otros derroteros militares, menos exitosos y menguantes en popularidad, que llevó a cabo en el Congo y en Bolivia, donde se encontraba en aquellos años, justo antes de su fusilamiento a manos de la patrulla que lo encontró herido en la selva.

Luego les expliqué a mis inquisidores del aeropuerto que tuve la oportunidad de conocer la cultura y las idiosincrasias cubanas por otros amigos residentes en la Argentina, lo que fue alimentando la ilusión de poder conocer esa tierra. Hasta que la posibilidad se hizo realidad en julio del año pasado. Allí los militares estallaron:

- ¿Cómo puede ser que un argentino, con lazos familiares con el Che, pueda venir acá a hacer todo esto? ¿Cómo puede ser que teniendo la presidente que tienen y el cariño que le depara el pueblo y el gobierno cubano venga acá a relacionarse con los contrarrevolucionarios?

- Bueno (les expliqué), el Che murió hace más de 40 años y todo cambia, hay cosas que evolucionan y no necesariamente porque mi padre fuera amigo de su familia tengo que pensar como alguna vez lo hizo el Comandante.

- A ver, señor, usted es muy inteligente (me respondió mientras repasaba mi "foja de servicios" que Inteligencia le había preparado). Millones de argentinos vienen acá a disfrutar de las playas y las bellezas del país y usted es la excepción que sólo le interesa hablar con esta gente.

Incluso le ayudé a completar la ficha. Casi el ABC de cualquier estudiante de periodismo: googlear a alguien y que salga lo que hace, lo que escribió (en mi caso) y sobre todo las organizaciones para las que colabora o trabaja. El interés de mis interlocutores estaba en el Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL), donde les comenté que escribía análisis económicos, moderaba charlas y daba clases de vez en cuando. Empecé, con éxito relativo, mi explicación:

- Bueno, no venimos a hacer el turismo del gringo, que viene a La Habana Vieja, va a bailar salsa, pasa por Varadero y flota por todo esto. Nuestra forma de visitar es caminar, andar en guaguas (autobuses), taxis, comer en los paladares (restaurantes caseros) o en la calle. En fin, charlar con la gente, ver qué le pasa, qué la moviliza. Y eso incluye también a quienes ustedes juzgan como enemigos.

- Nosotros no tenemos enemigos (me espetó el coronel). Esta gente es enemiga de la Revolución.

Fue en ese momento que el policía "bueno" me preguntó si yo hacía lo mismo en todos los lugares adonde iba. "Claro (le conté). En todos los lugares adonde voy, me interno, hablo con la gente, entro en un supermercado, voy a un colegio o una universidad, subo a un autobús. En fin, trato de huir del rebaño, como acá." Fracaso, mis interlocutores sólo estaban preocupados por mis conversaciones "políticas" y me empezaron a interrogar, blandiendo mi pasaporte que hasta entonces yacía, junto con el de mi mujer, sobre su escritorio.

- A ver, usted estuvo en los Estados Unidos recientemente, ¿no? ¿Estuvo allí con los indignados?

- Por supuesto, estuve allí en la plaza donde acampaban esas 100 personas, justo frente adonde estaban las Torres Gemelas.

- ¡No me interesan las Torres Gemelas! ¿Quién es el jefe de ellos? ¿Usted estuvo con él? ¿Qué decían?

- Ni idea. No sé quién es el jefe. Estuve con ellos, conversando, viendo. Siempre hago eso.

- ¿Y cuándo estuvo en otros lugares también?

- Bueno, estuve en España viviendo. También estuve en Francia y en Uruguay. Y siempre hablé con gente, fuera de una ideología o de otra. En Francia gobernaba el Partido Socialista y mis interlocutores simpatizaban con ellos. Pero no quiere decir nada.

- Entonces Francia tiene más suerte que nosotros, porque allí habló con los partidarios del gobierno y acá sólo con los de la oposición.

- Mire, yo hablo con la gente que me interesa sin preguntar si están o no con el gobierno.

- ¿Y a usted qué le parecería si nosotros fuéramos a su país a entrometernos en sus asuntos internos?

- Cualquiera viene a la Argentina y habla con quien le parece. No hay problemas con eso.

- Seguro que usted no hacía eso en la época de la dictadura. Terminaba muerto.

- En aquella época estaba en el colegio, pero luego en la universidad sí, hablé con gente de la oposición. ¿Por qué no?

- Bueno, acá toda su actividad fue visitar a estas diez personas. (Empezó a recitar el listado completo de los hombres y mujeres con los que yo efectivamente había hablado.) Puedo decirle dónde se hospedó y qué hizo. Sabemos todo. Sólo queremos que coopere diciéndonos qué trajo de la Argentina, con qué órdenes vino y a quién le dio dichas instrucciones. ¿Trajo algo para alguno de ellos?

En ese momento recordé que el hall del hotel estaba siempre plagado de policías y fisgones.

- Le traje tres libros de matemáticas a una persona. Eran para su sobrino.

- ¿Y dónde los compró? ¿Quién se los dio?

- Los compré en la feria de usados. Son los de Análisis Matemática de Rey Pastor. En ese momento comprendí que esa obra ya estaba en el curioso Index castrista.

Negué la teoría de una misión, confirmé mis conversaciones con esa gente y alegué que si hubiera querido mantener ocultos aquellos encuentros no los habría tenido en el hotel o en lugares públicos. No hubo caso, mi lógica deductiva se estrellaba con el objetivo de esos policías. Quería que delatara quién me había enviado y para qué. Luego se interesaron por la temática de mis conversaciones.

- ¿De qué hablaban?

- Sobre todo los escuché. Presté atención a sus problemas, sus dificultades, sus inquietudes. Y compelido a relatar mis áreas de interés, no dudé: la economía cubana, por mi formación. También la educación y la juventud: al fin y al cabo los jóvenes son mis alumnos y me gusta oírlos y palpar sus ilusiones (o frustraciones). También hablamos sobre religión y sobre la sociedad (allí mandan mis estudios en Sociología).

Desalentado, el coronel me recordó que no estaba diciendo la verdad, o toda ella. Y que por eso habría consecuencias extremas de índole penal y migratoria que su gobierno tomaría conmigo. Y que le cursaría aviso a nuestra legación diplomática. En la casi hora que llevábamos "charlando" nunca se me ocurrió llamar a la embajada para ponerla al tanto de aquel peculiar trato. Quizás era lo correcto, pero creo que no hubiera conducido a nada. Mirarían para otro lado y es probable que la actual embajadora quisiera quedar bien son sus jefes antes que ponerse en los sudados zapatos de su ciudadanos.

- Vea (concluyó mostrándome los dos pasaportes). Nosotros fuimos honestos con usted. Pero no nos dice todo. Nos evade las respuestas. No queremos traer acá a su esposa, a la que usted ha expuesto a esta situación, para que continuemos con ella el interrogatorio.

- Mi esposa es adulta, por lo tanto si la llama, puede venir acá. No tiene nada que ver.

- El gobierno cubano se atribuye el derecho de rechazar o no la permanencia de ciudadanos extranjeros. Usted y su esposa de ahora en más no podrán entrar más en Cuba. Son inadmisibles.

- Qué lástima. Una verdadera pena.

- La pena es para nosotros. A usted no le gusta este gobierno y traba relación con los antirrevolucionarios que quieren derrocar a este gobierno.

- Nadie quiere derrocar a nadie. Sólo me da pena porque me gusta su gente, la quiero y por un tiempo no la podré ver.

- Vaya, le daremos los pasaportes.

- ¿Me los puede dar ahora?

- En un rato.

Salí al reencuentro de mi mujer, que me esperaba sentada afuera, confiada. A los cinco minutos de estar fuera de ese calabozo inquisidor, salió el policía "bueno", nos acompañó y nos despidió en la puerta de embarque. Nos quiso convencer que había sido una entrevista de rutina. No le di la mano para no delatar mi transpiración, pero también para seguir marcando las diferencias con los dueños de la verdad, la vida y la libertad de las personas.

En ese momento, admiré aún más a los que padecen eso casi a diario. Y agradecí por lo que hemos conseguido en la Argentina, perfectible pero inmensamente más justo que aquel esquema en que no hay matices, en donde los blogueros, periodistas independientes, activistas religiosos y escritores son "elementos contrarrevoluciarios" antes que personas. Donde los derechos y la dignidad chocan contra el muro de una ideología hecha credo.

http://www.lanacion.com.ar/m2/1448241-amargos-recuerdos-de-la-habana

 

5. Más de medio siglo de guerra secreta.
Autor: Julio César Álvarez.

Julio César Álvarez

Cuando los aldabonazos de la transición, de la revolución, del cambio, o como se le quiera llamar, se escuchen retumbar en nuestras puertas, tendremos que decidir, entre otras muchas cosas, cuál será el destino de nuestra policía política, léase Departamento de Seguridad del Estado (DSE).

Por supuesto que debe desaparecer, no sólo porque lo deseen quienes fueron perseguidos por ella, sino sencillamente porque ya no tendrá a nadie a quien perseguir. No obstante, sería bueno echarle una mirada al método más efectivo utilizado en los antiguos países ex comunistas al efectuarse la transición.

Cuando el sistema de gobierno comunista desapareció en los países de Europa del Este y la Unión Soviética, los gobiernos resultantes emplearon varios modelos para lidiar con sus respectivas policías políticas, que iban desde el desmantelamiento total del servicio de seguridad, hasta la conservación no sólo de sus estructuras, sino también de su personal.

El único servicio secreto comunista que fue desmantelado en su totalidad desde un inicio fue la Stasi, de la desaparecida República Democrática Alemana. A este método se le llamó "método de liquidación". Los archivos secretos fueron desclasificados y  el pueblo pudo ver lo que de cada uno tenía guardado la Stasi. Todo el que colaboró en la represión a la oposición con ese servicio de seguridad quedó expuesto en ese proceso. Ellos fueron llamados los "Stasi-Positivos".

A nuestro pueblo, y en especial a nuestra oposición, le resultaría beneficioso que se ponga en práctica ese método de transparencia, para que todos puedan enterarse de quién colaboró con el Departamento de la Seguridad del Estado en la represión a los grupos de oposición. Esos serían nuestros "DSE-Positivos".

Este es un asunto muy importante para la disidencia. La efectiva labor de la policía política dentro de los grupos de oposición ha llevado al fracaso a más de una estrategia opositora, al desencuentro de más de un disidente, y muchos en sus filas padecen del síndrome de "agentitis", que los hace ver informantes de la Seguridad del Estado por todas partes.

Tampoco debiéramos  confundir la transparencia con una cacería de brujas, ni con venganzas personales. Si se hace, que se haga para una efectiva reconciliación. Y la mejor estrategia para lograr esto está en las páginas de la Biblia, en la regla de oro: "y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos". Si alguien tiene que responder por un delito, que lo haga ante los tribunales.

Después de más de medio siglo de guerra secreta contra la disensión, donde la policía política ha usado el escenario de los grupos de oposición como un teatro de títeres, en el que con hilos secretos ha sembrado la discordia  con sus marionetas, urge al final del camino saber a ciencia cierta qué personajes fueron los que se movieron al compás del ritmo y de los hilos invisibles de la Seguridad del Estado, no vaya a ser cosa que, por esas ironías que depara el destino, elijamos presidente a un "DSE-Positivo".

http://www.cubanet.org/articulos/mas-de-medio-siglo-de-guerra-secreta/

 

6. El MININT cosntruye un modelo
más barato de seguroso.
Autor: Luis Felipe Rojas.

Luis Felipe Rojas

Un coronel en retiro se explaya en Miami. Los duros del G-2 ponen sus caras a la vista de la prensa internacional, las escuelas de Contrainteligencia Militar en la isla reducen sus matrículas de curso regular diurno para ofrecer cursos básicos por encuentro con duración de seis meses. El ideal de espía revolucionario para combatir al Imperio Yanqui se transforma en una horda de jovencitos golpeando mujeres indefensas, preferentemente vestidas de blanco. ¿En qué lugar del imaginario popular quedaron aquellos "hombres color del silencio"?

Después del affaire Ochoa, allá por los años '80 del pasado siglo, la reestructuración del Ministerio del Interior trajo consigo una pérdida de protagonismo de sus oficiales ante la ciudadanía. Su estampa de garantes de la sociedad se vio reducida a la ojeriza con que verían a muchos luego de las acusaciones de malversación, tráfico de drogas y abuso del cargo entre otros por lo que fueron condenados "los duros", como se le conocía al grupo.

La imagen generalizada de que los espías cubanos superaban las ficciones encarnadas en James Bond se vinieron abajo con la captura y condena de los integrantes de la Red Avispa. Ahora unos chicos vestidos de civil, con la ropa raída o deslavada se apuestan en las esquinas a vigilar a disidentes y personas inconformes.

Oficiales de alta graduación del Ministerio del Interior se han visto enrolados en verdaderas peleas de barrio. Tuteados por hombres y mujeres que defiende su existencia día a día han tenido que bajar sus poses altaneras para hablar preguntar y responder en el lenguaje de la calle.

Teóricamente el MININT está para proteger a la ciudadanía y cada paso es visto con recelos por los que no gozan de los privilegios que éste si disfruta. A diferencia de oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, que tienen como función principal la defensa del país, los oficiales de los cuerpos represivos no viven en las llamadas "comunidades militares", donde residen junto a sus familiares y otros funcionarios civiles en tares de servicio, sino mezclados en los barrios pobres o de mediana posición, pero con niveles de vida visiblemente ostentosos en comparación con los lugareños.

"Casa y escuela nueva."

Aquellos automóviles de fabricación soviética como signo de pudiencia de la nueva claque revolucionaria quedaron atrás, pero quedaron atrás en la pretensión de los ostentosos oficiales a cargo de la represión.

A la par que los gobernantes cubanos, soltaron ciertas amarras, algunos ciudadanos con algún recurso económico repararon sus viejos autos o importaron otros medianamente modernos. Sin embargo, los militares más temidos en Cuba, los oficiales del MININT, volvieron a salir a flote en el imaginario popular. Desde mediados de la década del 2000 se beneficiaron de automóviles chinos y motos Honda y Zuzuki, muy conocidas por ser usadas por los oficiales operativos en los barrios, las plazas públicas y las empresas, para supuestamente perseguir a los delincuentes y disconformes sociales.

Tiempo después de la despenalización del dólar en la isla, hasta los más acérrimos defensores del régimen de La Habana dejaron de ver los modales del buen vestir como una herramienta del diversionismo ideológico. En las fotos que los activistas prodemocráticos dentro de Cuba han hecho de los efectivos de la represión se ve a los más jóvenes de éstos con la indumentaria propia de cualquier latino: gorra Nike, jeans ajustados y desvaídos, t-shirt alusivo a las más importantes marcas comerciales, etc.

Las escuelas de formación profesional para oficiales operativos de la Contrainteligencia Militar pasaron de la improvisación a principios de la década del '60 a al establecimiento de la Academia "Hermanos Martínez Tamayo", en cursos superiores de cinco años para terminar en la actualidad con cursos básicos de seis meses o dos años y con encuentros periódicos, a modo de estudios dirigidos.

Las nuevas caras de los chicos duros de verdeolivo han cambiado el semblante: ligereza al hablar, mucha pacotilla y un modo de aferrarse a las pocas prebendas que le quedan, que ya han mostrado su fiereza al patear, escupir y demonizar a sus oponentes por muy indefensos y pacíficos que se muestren.

http://www.martinoticias.com/content/article/16384.html

 

7. Día y noche en un calabozo cubano.
(Resumen)
Autor: Ángel Santiesteban-Prats.

Ángel Santiesteban-Prats

Cuando llegamos a la unidad policial de Aguilera me condujeron a los calabozos. Los guardias me sostenían por los brazos, casi iba a rastras. No tenía fuerzas, las dolencias me recorrían el cuerpo, pero sobre todo los golpes en las costillas hacían que me faltara el aire y era como un cuchillo que me hincaba una y otra vez. No quería gritar de dolor para no darles el gusto de verme sufrir, aunque las ganas no me faltaban.

Me bajaron al sótano del edificio. El mal olor avisaba la cercanía de los calabozos. Se abrieron varias rejas. Tenía los ojos cerrados, el malestar me nublaba la visión. Me dejaron sobre la cama de concreto de la celda. Me mantuve varias horas luchando por detener la respiración, cada vez que lo hacía sentía la punta del cuchillo lacerándome las costillas. Luego, lentamente, comenzó el alivio.

Un guardia me preguntó si iba a almorzar. Le dije que no. ¿Estás en huelga de hambre? Le respondí que sí. Se alejó y escuché que se lo informaba a su superior, mientras éste le precisaba que me hiciera entender que no le daba importancia. Dijo que así lo había hecho. Lo que no fue cierto, porque cuando le comuniqué mi decisión de no alimentarme, se quedó mirándome preocupado, muy preocupado.

Al rato pasó por delante de mi celda el fotógrafo Claudio Fuentes, a quien habían apresado conmigo. Lo llevaban a almorzar. Me saludó y en sus ojos vi la sorpresa de ver mi estado de calamidad con la camisa raída y ensangrentada.

En la noche, luego de negarme a comer, decidieron cambiarme de celda. Me unieron con Claudio. Nos dio tremenda alegría poder conversar. En la pared, en letras bien grandes, habían escrito: "Abajo Fidel. Vivan los Derechos Humanos". Esa noche casi no dormimos. La pasamos hablando de cine, fotografía, novias, literatura, historia, y de los sueños de justicia que ambos anhelábamos para Cuba.

A la mañana siguiente vinieron a buscarme para levantarme formalmente las acusaciones. Me hicieron dos causas: "Negarme a ser detenido", y "Daños". Expliqué los hechos como acontecieron, y dije que era una vergüenza flagrante que intentaran acusarme de algo que no hice, más bien los acusados deberían ser toda la tropa de abusadores que se presentaron como agentes de la Contra Inteligencia, perfecto nombre para esos represores y sicarios.

El "Instructor" apenas hablaba, sólo cumplía órdenes. Hizo su trabajo lo mejor que pudo, pues no accedí a cooperar con la injusticia. Les recordé que ellos eran los primeros que violaban la ley, que no me habían permitido mi llamada telefónica establecida por sus propias leyes. Se quedó callado, no sabía qué responder. Dijo que consultaría con los superiores y que luego me diría. Por supuesto, nunca más volví a verlo, y ni mucho menos recibí el permiso para hacer la llamada telefónica.

De vuelta al calabozo le conté a Claudio lo sucedido, y nos reímos para no llorar de rabia por cinismo gubernamental y sus injusticias. Un rato después vino un oficial a decirme que mi familia estaba en la unidad y que me traían utensilios para el aseo personal. Me preguntó si quería enviarle algún mensaje verbal. Le dije que le hiciera saber que yo estaba feliz y que me encontraba donde mi corazón me había llevado. El oficial me observó como si yo estuviera demente. Pensé que no le daría el recado.

Luego supe que sí se lo dijeron, y que entonces mi familia pudo confirmar que yo me hallaba allí. Aproveché para enviarles mi camisa rota y manchada con mi sangre. Pensé que quizá los guardias la sacarían de la jaba para no entregársela a mis familiares.

A ratos, Claudio y yo les recordábamos a los calaboceros que teníamos derecho a una llamada telefónica, y ellos nos respondían que sólo se les tenía permitido darnos comida y vigilarnos, pero que no había ninguna autorización sobre otros aspectos, que eso era potestad de la "Seguridad del Estado".

Mientras tanto, veíamos cómo se les autorizaba a los presos comunes llamar por teléfono cuantas veces quisieran. Como yo había podido pasar a la celda una tarjeta telefónica, se me ocurrió negociar con aquellos delincuentes que, si me hacían una llamada, les dejaba usar la tarjeta; y accedieron.

Pero cuando quise que avisaran mi pedido de hacerle foto a la camisa y la pusieran en internet, se mostraron nerviosos. Entonces hablé con uno que tenía puesta una fianza de 500 pesos, y su familia no tenía el dinero. Le dije que hiciera la llamada y que de parte mía dijera que le entregaran esa cantidad. Y al fin accedió.

Después de almuerzo liberaron a Claudio. Mientras recogía las pertenencias, entre ellas la cámara fotográfica, intentó tomarme una película asomado en el calabozo donde yo extendía la mano con los dedos índice y pulgar erguidos en forma de "L", como símbolo de libertad; pero el calabocero se percató de lo que pretendía hacer y se enfureció.

Luego que Claudio se marchó, sentí caer todo el peso de la soledad sobre mí. Algunos presos comunes me llamaban desde su celda. Uno de ellos, que conocía desde la niñez, me dijo que si aceptaba que él me pasara comida escondida. Le dije que no, que esa trampa me hacía daño a mí, porque socavaba mi decisión de permanecer en huelga.

De todas formas no entendió. Tampoco sabré nunca si era enviado por mis captores. Al rato trajeron un detenido por golpear a la esposa. Apenas hablamos, sospeché que podría ser un enviado de la "Seguridad del Estado".

Llamé al calabocero para que me permitiera asearme, pero me dijo que el recluso que no comía, no se le permitía nada. Al rato me quitaron la ropa y las sabanas. Aquella noche fría tuve que taparme los hombros apenas con el short. Luego trajeron a tres hombres negros, muy fornidos. Era evidente que estaban al servicio de la "Seguridad del Estado". Contaron sus falsas historias. Y yo les seguí el juego, pero aproveché para decirles todo lo que deseaba gritarles a mis captores.

Lo único que me decían era que me fuera del país, que "Dios le da barba al que no tiene quijada"; se burlaban porque yo podía estar afuera del país, que había viajado a los Estados Unidos, Europa, América, y mira donde me encontraba, que eso era cosa de loco. Y volvía a decirles y a ofenderlos con mis sentimientos. Mientras lo hacía se mantenían en silencio, y sentía que les dolía no poder callarme la boca a piñazos

En la madrugada llegó un "agente" de la "Seguridad del Estado". Le grité, desde mi celda, que no deseaba conversar con nadie, que lo único que podían hacer era volverme a golpear, pero que de mí no obtendrían ninguna conversación. El oficial entró a la celda luego de hacer salir a los reclusos. Entonces pensé que volverían a golpearme.

http://universoincreible.com/dia-y-noche-en-un-calabozo-cubano-por-el-escritor-angel-santiesteban-prats/

 

Memorias de 100 y Aldabo Ileana Ros

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