Memorias de 100 y Aldabo  
 
  Memorias de 100 y Aldabo

Capítulo 3
La entrada a 100 y Aldabó

Pasado el tiempo de aquella detención, me doy cuenta de que no es ni remotamente lo mismo entrar a 100 y Aldabó de noche que de día. De noche es mucho más impresionante, sobre todo para alguien que llega por primera vez y que sabe de la terrible reputación de este lugar.

100 y Aldabó
Recorrido para entrar a 100 y Aldabó con un detenido

Ya dentro de la unidad militar de 100A, el auto patrullero recorrió una larga calle poco alumbrada, que describía algunas curvas. Casi al final, a la derecha, hay un gran cartel iluminado, que tiene una frase de bienvenida para los detenidos, no la recuerdo con exactitud, pero decía algo así:

"Si el pillo supiera la importancia de decir la verdad, hasta por pillo hablaría"

Al llegar al final de la calle, el auto patrullero se detuvo en lo que es la recepción donde entregan a los detenidos, de la misma forma que lo hizo en la Unidad 62: con un chirrido exagerado de neumáticos. Se bajaron primero los tres gorilas, luego me sacaron y me introdujeron en el edificio, esposado como venía, donde esperé a que me entregaran a los oficiales de guardia.

Uno de los oficiales me quitó las esposas y me llevó a un pequeño cuarto contiguo a la recepción donde me ordenó que me desnudara completamente, al igual que en la unidad 62, y que le entregara toda la ropa que traía. Me ordenaron hacer varias cuclillas de espaldas al guardia y luego que me volviera a poner la ropa interior. Me devolvió las medias y los zapatos, pero sin los cordones. Me entregó una camisa de preso, de color gris sin mangas y un short del mismo color, pero este último no me sirvió por ser una talla mucho más pequeña que la que usaba en ese momento. El guardia buscó otro short, pero no encontró ninguno más y me devolvió el pantalón que llevaba, que era del tipo jeans de color negro.

Camisa de los presos cubanos
Camisa de los presos cubanos

Me llevaron otra vez a la recepción donde estaba de guardia un hombre de unos 50 a 60 años, de mal semblante y muy mal aspecto, al que le faltaban varios dientes. Este oficial llenó un acta con las pertenencias que me estaban ocupando o reteniendo:

•  El anillo de compromiso de oro.
•  El pullover (playera) que llevaba puesta, de color negro.
•  Una moneda de diez pesos mexicanos.
•  Los cordones de los zapatos.

Todas las demás pertenencias que llevaba conmigo en los bolsillos, en mi maleta, en el bolso de mano, y el reloj, ya me las habían retirado antes de trasladarme de la Unidad 62 a 100A. Después supe que se las habían entregado a mi familia en la primera visita que recibí en 100A, con excepción de una serie de artículos que les resultaron interesantes, entre los que estaban:

•  Memoria flash para computadora de 1 GB.
•  Tres teléfonos celulares y un cargador de baterías.
•  Un álbum de fotos de mis hijos.
•  Un pequeño papel escrito a mano con teléfonos y nombres anotados.
•  Una bandera cubana grande.
•  Tres brazaletes del 26 de Julio (M-26-7) no originales, comprados como souvenir.

Todo esto fue retenido, además de las 214 fotos decomisadas, la copia del acta de la Aduana, los pasaportes y el dinero, que ya habían sido reflejados en un acta elaborada por Freyre en la Unidad 62. Me hicieron firmar un papel donde quedaba constancia de todo lo retenido y me entregaron:

•  Una sábana blanca limpia pero muy usada.
•  Un pequeño vaso plástico amarillo lleno de mugre negra por dentro.
•  Un pedacito de jabón de lavar muy pequeño y de la peor calidad.
•  Un pedacito de cartón con un número anotado: " 48326 ".

Me dijeron que a partir de ese momento dejaba de ser llamado por mi nombre para convertirme en ese número, que debía aprendérmelo y cuidar muy bien el cartoncito, ya que era equivalente a un "carnet de identidad".

Un oficial me ordenó que caminara delante de él y me fue conduciendo por una serie de pasillos y escaleras que continuamente estaban interrumpidos por imponentes rejas de gruesos barrotes, cerradas con candados y custodiadas por guardias.

Todo el trayecto de noche se hace más lúgubre e impresionante por no estar totalmente iluminado, las rejas despintadas y medio oxidadas, que cada vez que se abren producen unos estruendosos y escalofriantes chirridos. Esto evidentemente es con toda intención, pues aplicándoles un poco de grasa no ocurriría, pero es parte del show para impresionar al nuevo recluso.

100 y Aldabó
Pasillo con celdas en el DTI

Al llegar al segundo piso hubo que esperar unos minutos a que abrieran la reja que le da acceso. Al entrar me entregaron un colchón de espuma de goma forrado de lona y fui inmediatamente conducido a un espacio reducido, menor a un metro cuadrado, formado por tres paredes en forma de "U", donde te ordenan permanecer mirando hacia adentro y con las manos atrás del cuerpo, sin voltear la cabeza para ver hacia afuera. Me tuvieron allí unos minutos hasta que decidieron a donde me enviarían.

Me ordenaron salir de aquel hueco y fui conducido por dos guardias por el pasillo de la izquierda a paso rápido y llevando en las manos el colchón, el vaso, la sábana y el pedacito de jabón. Me condujeron por un largo pasillo que tiene al final una cámara en lo alto y a ambos lados hay puertas de barrotes tapiadas y cerradas con potentes candados. Cuando íbamos a la altura de la tercera puerta derecha me mandaron a detenerme y pararme antes de la puerta y mirando hacia la pared, mientras uno de los guardias abría el candado. La puerta emitió un potente crujido al abrirse, me ordenaron entrar y la cerraron tras de mí igualmente con el candado.

100 y Aldabó
Pasillo con celdas en el DTI

La primera visión que se tiene de una celda de 100A es realmente tétrica, como detallaré en un próximo capítulo dedicado sólo a ellas. Después me di cuenta de que esta primera celda en la que había residido era una de las peores en cuanto al personal que se encontraba dentro.

Al entrar, los tres presos que estaban conversando se quedaron callados, cada uno en su cama, atentos al nuevo compañero recién llegado. Había una cama vacía en el espacio de abajo a la izquierda, donde coloqué mi colchón y demás cosas y me acosté en silencio.

A los pocos minutos los demás presos continuaron su conversación, que redundaba todo el tiempo sobre el ambiente carcelario y delincuencial al que estaban acostumbrados. Los tres eran de tez negra, al parecer con un amplio currículo como presidiarios. En toda la celda había un fuerte olor a cigarro bastante desagradable.

A los pocos minutos se apagó la luz, eran las 10:00 PM. Mis compañeros de celda continuaron conversando en la oscuridad, al parecer llevaban buen tiempo juntos y se conocían bien. Increíblemente parece ser que me dormí rápidamente y no desperté hasta el otro día.

 

Memorias de 100 y Aldabo Ileana Ros

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