Capítulo 0
El regreso
Entre las medidas que tomó el nuevo gobierno cubano, elegido democráticamente, hay una en especial que me causa gran placer:
"Declaran abiertos como museos en La Habana los dos centros de investigación más temidos del MININT, que fungían también como prisiones, ellos son: "Villa Marista" y "100 y Aldabó".
Esto se llevó a cabo con el objetivo de que el pueblo pueda ver y conocer de primera mano los métodos usados por la dictadura, al igual que ocurrió con los centros de detención de la STASI en la Alemania Socialista. Estas medidas se implementaron rápidamente, ya que no hubo que acondicionar estos siniestros lugares, sino dejarlos tal y como estaban para que se conozcan realmente como eran.
Desde hacía algunos meses, en la televisión cubana había batido los records de audiencias un programa nocturno que ponían a diario, donde los ex presos políticos comparecían para contar sus experiencias en las prisiones cubanas. Estos relatos llevaron a que la población tuviera una gran expectación por conocer y palpar directamente estos lugares infernales y que recibiera con agrado el anuncio de su transformación en museos.
Esta noticia aceleró mi decisión de viajar a la isla para ver los nuevos cambios y principalmente para visitar el lúgubre lugar donde estuve recluido durante 40 días y 40 noches.
Nos levantamos temprano para ir a visitar 100 y Aldabó. El día de ayer, 24 de diciembre, llegamos a Cuba al medio día y pasamos la Navidad con viejos amigos. Es unánime el sentimiento de felicidad del pueblo por el inicio de una nueva etapa, algo realmente conmovedor. Es la primera Navidad en libertad, después de tantos años de una brutal represión social y religiosa.
A las 10:00 AM abrió puntualmente el nuevo y flamante museo. La entrada es gratuita y está situada donde mismo estaba anteriormente, donde se pedía el "pase" para acceder a visitar a los presos o para una "citación oficial".
Al costado izquierdo hay un amplio parqueo, casi vacío después de una feliz noche de Navidad. Los empleados del museo comentan que al parecer será un día tranquilo, en contraste con los anteriores, cuando se vio inundado el lugar de personas ávidas por conocer el tristemente famoso: "100 y Aldabó".

100 y Aldabó
Hay que recorrer una calle como de 100 metros que describe una curva hacia la derecha. Quedando a la izquierda, durante casi todo el recorrido, un parqueo donde se guardaban los autos retenidos o decomisados a los presos.
Finalmente se llega a lo que era un punto de control, que está situado a unos 40 metros del edificio principal. Este edificio tiene una recepción en la planta baja o primer piso, y a la izquierda está la escalera por la que se sube al segundo y tercer piso, donde están las celdas donde vivieron y murieron muchos cubanos.
Es impresionante ver en las condiciones que habitaban los reclusos. Las celdas, que describiré en detalles en capítulos posteriores, conservan la suciedad y mal aspecto de hace tres años.
El pasillo que da acceso a las celdas, con fortísimas puertas de hierro tapiadas a ambos lados, refleja la impresión de que aquí se guardaban animales salvajes en vez de seres humanos.
Las cámaras del circuito cerrado, conjuntamente con un exceso de puertas de hierro oxidadas, dan por todo el piso el toque represivo característico.
Esta visita la hice con mi esposa e hijos. Recorrimos todo el segundo piso. Por el pasillo de la izquierda estaban las celdas para hombres, desde la 202 hasta el final donde está la celda sin techo conocida como: "el soleador". El lado derecho estaba reservado para las mujeres detenidas, con celdas idénticas a las destinadas a los hombres. Luego subimos al tercer piso, que es un poco más corto que el segundo, pero básicamente igual en su estructura.
Les enseñé los pequeños cuartos dedicados a los interrogatorios, el cuarto para la entrevista con el abogado, el pasillo que conduce a las habitaciones destinadas a las visitas familiares, la barbería, la enfermería, etc. En ambos pisos resaltan las cámaras de circuito cerrado situadas en todos los pasillos, reflejando así hasta el más mínimo detalle a los oficiales de guardia. Durante todo el trayecto fui mostrándoles las celdas en las que estuve recluido, que fueron cinco en total, una en el tercer piso y las otras cuatro en el segundo piso. Comentamos sobre los métodos allí empleados y en general sobre todo el sistema macabro de presión psicológica que caracterizaba a 100 y Aldabó.
Hubo un momento, especialmente emocionante, en el que ocurrió un diálogo con uno de mis hijos pequeños:
- Papá, ¡que lugar más feo!, ¿tú estuviste aquí encerrado?
-
Si, estuve aquí muchos días.
-
¿Y no te dio miedo?
-
Sí, en varias ocasiones tuve miedo.
-
¿Habían brujas malas aquí?
-
Sí, había una bruja muy mala.
-
¿Cómo se llamaba?
-
Juana.
|